Hace un par de días tuve una conversación con una vieja amiga, ella tiene ya una buena cantidad de años dedicada a las ventas con resultados fluctuantes por decirlo de una forma piadosa. En su último empleo, como resultado de las malas decisiones de la dirección las cuales les pusieron en una situación sumamente desventajosa en el mercado sus números cayeron en poco más del 80%. 

Fue amenazada con –  “si no duplicas tu facturación te vamos a dar las gracias”- y tras un diciembre desastroso, esperaba que a mediación de enero se le llamara a rendir cuentas y se le despidiera. No sucedió, como tampoco sucedió el duplicar la facturación.  El ambiente de trabajo se ha deteriorado enormemente, es evidente que no quiere estar mas ahí, está buscando una oportunidad en otro lado y la oportunidad simplemente no ha llegado.

Cuando le pregunté por qué no cambiaba de giro su respuesta me dejó helado – “Es que no les pienso regalar 10 años” – en pocas palabras, no va a renunciar porque espera que la liquiden y a mi parecer la empresa no la va a despedir porque quiere ahorrarse la liquidación.

Mientras esto ocurre, una empresa no mejora sus números, una empleada no mejora su sueldo y están entrampados en una posición en la que ninguno quiere estar, pero tampoco harán nada para cambiarla.

A mi parecer, quien más pierde en esto es ella, porque se quedó sin opciones esperando lo que ella considera justo, está atrapada en su propia decisión.

No digo que no entiendo su punto de vista, pero el asumir el costo de oportunidad al abrirse a nuevas opciones podría darle un giro total a su economía, su satisfacción y su vida.

¿Cuánta gente está atrapada en un empleo por algo así? ¿Cuánta gente decide quedarse en un empleo en el que ni está satisfecho ni cubre sus necesidades por “enseñarle una lección” a una empresa? ¿Cuánto vale tu libertad?

El escenario no es simple, pero, aunque no te lleve a donde quieres estar un solo paso te saca de donde estás.